lunes, 12 de noviembre de 2012

Un corazón que agrada a Dios.



UN CORAZÓN QUE AGRADA A DIOS 
MARCOS MORAES – 11 DE OCTUBRE DE 2012

Introducción
Yo no comenzaré con un texto específico sino que leeré pasajes del Antiguo Testamento. Una de las cosas que más pesan en mi corazón en los últimos dos o tres años (quizás como resultado del tema de mirar a Jesús, de estar con los ojos puestos en Él), y que me ha llamado la atención, es Jesús en relación al Padre, a su Padre. Porque esta era la gran conversación de Jesús. El gran tema de Jesús no era el Reino, sino el Padre. Y para que el Padre volviera a ser padre era necesario que volviera a tener Reino, porque no podía ser Padre de rebeldes.
Por eso es que necesitamos del Reino de Dios sobre nuestras vidas; pero la intención de Dios, desde el principio, fue el ser Padre.


Jesús hablaba del Padre más que de cualquier otra cosa. Me encanta, cuando leo el evangelio de Juan, las cosas que dice del Padre y de la relación que tenía con él. Me llamó la atención que encontré una sola vez que declara que Él ama al Padre. No encontré otro texto, aunque busqué insistentemente en las concordancias.


Jesús, la felicidad del Padre
Y me puse a meditar, y me di cuenta que Jesús no necesitaba decir que amaba al Padre, porque lo expresaba de una forma mucho más elocuente. Y me parece que con esto nos empieza a comunicar cuál es el amor que realmente tiene por el Padre.

El norte de la mente, del corazón, de la vida, para Jesús, era agradar al Padre. Él dijo: “Yo hago siempre lo que le agrada”. Y también: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió. Es fuerte la figura que usó aquí. Porque no hay en nuestra naturaleza nada más fuerte que el deseo de comer cuando tenemos hambre. Uno logra subsistir aún sin amor, pero sin comida, sin pan, no se puede. Y Jesús usó esta figura. Me puse a imaginar, por ejemplo cuando hacemos un ayuno largo y va llegando la hora de comer… Salimos del trabajo, llegamos a casa, tal vez ni nos bañamos, primero comemos, porque no aguantamos las ganas de comer. Es, yo creo, en la naturaleza humana, la fuerza mayor que hay. No hay ninguna otra fuerza como el deseo de comer. Es nuestra necesidad como seres humanos.

Y Jesús usó esta figura para ejemplificar su relación con el Padre. Es como si nos dijera: “Así como Uds. tienen deseo de comer, desesperación por comer cuando están mucho tiempo en ayunas, así está mi corazón, todo el tiempo, por hacer la voluntad de mi Papá, por agradar a mi Papá.”

Entonces empiezo a pensar que quizás esta sería la más definitiva y fuerte forma de amor entre dos personas. Dedicar la vida a agradar al otro. ¿Cómo sé que amo a mi esposa, Rejane? Porque hay algo dentro mío que me obliga a querer agradarla. Quiero que ella esté feliz. Su felicidad es mi felicidad. Es algo que está dentro de mí. Y Jesús dijo: “Yo hago siempre lo que le agrada”.

Lo que más agradó al Padre fue que Jesús, siendo el Verbo que estuvo con Él desde el principio, se anonadó, se despojó a sí mismo. Dios buscaba esta característica en la criatura, y no la encontraba. La quería ver en un hombre, pero no había ninguno. Y cuando la vio en Cristo, se regocijó por tener un Hijo así.
Cuando decimos que el Propósito Eterno de Dios es hacernos como Jesús, tenemos que recordar siempre que en primer lugar, no es tanto hacer como Jesús hizo: esto viene por consecuencia. Podemos estar siempre buscando hacer lo que Jesús hizo, buscando tener una vida como la suya. Pero toda la vida de Jesús, todo lo que hacía, era un reflejo del estado de su corazón. Podríamos decir que Jesús no podía vivir con la idea de que el Padre no estuviera contento. Sería la mayor tristeza de Jesús que el Padre no estuviera contento. Y la alegría de Jesús era que el Padre estuviera feliz.

Entonces, si queremos crecer a la imagen de Jesucristo, creo que siempre tenemos que volver a lo mismo. Volver a esta pregunta, buscar que el Espíritu Santo nos esté examinando. ¿Para qué vivo? ¿Por qué vivo? ¿Por qué hago lo que hago? ¿Cuál es la motivación de vida que tengo?

Porque creo que lo que Dios está buscando es que nuestra motivación de vida sea igual a la que tenía Jesús. Y Jesús buscaba la felicidad de su Padre más que nada, porque lo conocía. Conocía la intimidad del Padre, cuán digno era, y cuán propio era que el Padre fuese agradado.

Muchas veces habló del conocimiento que tenía del Padre. Yo creo que nuestro conocimiento de Dios tiene que llevarnos a agradarle. Conocerlo hasta el punto que todo nuestro ser esté tomado por esta esclavitud. O sea, ser esclavos de este sentir: ya no quiero vivir más, no me interesa vivir, no me interesa nada sino consagrar mi vida para que sea agradable a Él.


El corazón de David

Últimamente empecé a meditar en un personaje de la Biblia que no fue Jesús, pero que tuvo muy marcados algunos rasgos del carácter de Cristo. Aunque pecó terriblemente, tenía algo en su interior tan fuerte, que el Padre llegó a decir que fue según su corazón. Según el corazón de Dios. Estoy hablando de David.

Comencé a orar: “-Bueno Dios, si David era según tu corazón, necesito entender qué tenía. Porque si tiene cosas que yo no tengo, las necesito tener. De lo contrario, ¿cómo puedo ser según tu corazón?”. Porque lo que el Espíritu clama dentro de nosotros es que seamos según el corazón de Dios. Este es el clamor del Espíritu. Está dentro de nosotros intercediendo, y llevando todo nuestro hombre interior a buscar más que nada, ser agradables al Padre.


La relación de David con Dios

En la penúltima vez que hice una lectura del Antiguo Testamento, me impresionaron algunas cosas en la relación de David con Dios, y de Dios con David. Algunos aspectos que no había observado. Estaba enamorado del enamoramiento que David tenía por Jehová, y que Jehová tenía por David.

Me acuerdo que fui tomado por un gran llanto cuando leí que David pecó contra su amigo de la manera que lo hizo: cómo violentó la amistad que tenían, cómo agredió David la amistad haciendo lo que hizo. Jamás pensé que que alguien podía llorar sintiendo lástima por Dios. Yo pensaba: ¿Alguien puede tener pena por Dios?

Pero seguí la lectura, y vi todo el castigo terrible. La mano de Dios cayó sobre David de una forma espantosa. En su casa, en su familia. Si me sucediera algo así, entraría en una depresión para siempre. Imagínate: un hijo viola a la hermana, después viene otro y lo mata. Después otro hijo quiere el trono del padre. Toda una catástrofe. Fue un juicio sobre la casa de David muy fuerte.

Pero sigue la historia. Pasan cincuenta años, cien, doscientos, y Dios sigue hablando de David. Tres siglos después, Dios seguía comparando a cada rey con David. Si fue o no fue como él. Decía: “No me gustó porque no fuiste como mi siervo David”. Siempre comparándolos con este rey que había sido en un momento tan malo, y pecado de forma tan seria.


Una comparación con Saúl

También me alertó Evangevaldo, uno de los pastores en Salvador, haciendo una comparación con Saúl. No sé si nosotros juzgaríamos como juzga Dios. Yo pensé: Si hubiera uno en mi congregación uno que obedeció la orden pero no de forma completa, que no fue totalmente obediente; que le mandé a matar todos pero mató a casi todos, todo excepto el rey y parte del ganado, yo lo disciplinaría. Pero Dios dijo: No quiero nada con Saúl.

Pero si hubiera un hermano que adulteró con la esposa de otro hermano, que además buscó la manera de matar al esposo, yo diría: Peor, mucho peor que el primero. Al primero le daría una disciplina grande. Pero a este, que cometió el mismo pecado que David, le daría diez veces más.
Pero Dios no vio la cosa como yo la vería. Dios estaba cansado de Saúl. Y después, tuvo muchos problemas con David, pero lo perdonó. Y siguió con su reino. ¿Qué pasó ahí? ¿Qué tenía este hombre? ¿Qué fue lo que hizo para que Dios estuviera tan contento con él, siendo que su pecado no fue nada menor que el de Saúl?



La “visión” de David

Miremos el Salmo 132:3-5. Es una de las explicaciones de la amistad tan grande entre Jehová y David:

No entraré en la morada de mi casa,
Ni subiré sobre el lecho de mi estrado;
No daré sueño a mis ojos,
Ni a mis párpados adormecimiento,
Hasta que halle lugar para Jehová,
Morada para el Fuerte de Jacob.”

Me parece que había algo que reinaba en el corazón de David. Él tuvo una visión. No como la que tenemos nosotros, que recibimos de los apóstoles Pablo, Pedro y los demás. David no tenía una visión del Propósito Eterno como nosotros. Pero tenía una visión.

La visión de David, más que nada, era: Jehová habitando en Israel, teniendo Gloria en medio de su pueblo. Ser conocido por su pueblo y ser conocido en los pueblos por la Gloria que tenía en Israel. En la dispensación en que vivía, eso dependía de una casa donde Dios haría su morada: El Templo. Y fue la razón de la vida de David: Construir lugar para Jehová. Que Jehová tuviera la Gloria que merecía tener en Israel. Y para eso, necesitaba un templo.

Pero Dios dijo a David: “Tú no me vas a construir casa, porque tus manos están llenas de sangre”. Y no vemos a David reclamando nada. Poco le importaba si la casa se haría bajo su reinado, bajo el reinado de su hijo, o cuando fuera. Lo que le importaba era que Dios tuviera esa casa.

Cuando Dios le dijo que no, él no tuvo problema. Y comenzó a dedicar su vida a abastecer a Salomón de todo lo necesario para que él construyera el templo. El resto de la vida de David se consumió en poner en mano de su hijo, los materiales para que Dios tuviera su presencia y su Gloria en Israel.

Me parece que el corazón de David queda aún más evidenciado cuando lo comparamos con otro rey muy bueno, como Ezequías.



Una comparación con el rey Ezequías

¿Por qué hacer una comparación con Ezequías? Porque fue un rey muy justo. Leamos 2 Reyes 18:3

Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre.”

Está comparando la acción de Ezequías con el comportamiento de David. Y luego comienza a hablar de un montón de logros que tienen que ver con la acción de Ezequías:

Él quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, y cortó los símbolos de Asera, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó Nehustán.” V. 4

Aquí nos muestra que luchó contra la idolatría.

En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.” V. 5

Puso su confianza en Jehová. Además, hace una comparación que parecería que es superior a David, porque dice: ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.Incluye a David y lo pone sobre él, porque dice que antes no hubo otro igual.

Porque siguió a Jehová, y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que Jehová prescribió a Moisés.” V. 6

¡Qué hombre! Había muchos idólatras. Y, de repente, surgía uno como Josías, y después otro como Ezequías. Este fue un hombre, en muchas cosas, como David.


El corazón de un rey bueno

En el capitulo 19 se narra la historia con Senaquerib, rey de Asiria, quien invadió la nación e hizo amenazas diciendo que Jehová no los podría defender, porque ningún dios de ninguna nación había podido. Llega al vs. 34, cuando Dios dice a Ezequías que lo libraría de Senaquerib, que lo salvaría, que no permitiría que este rey lograra sus objetivos. Dice así:

Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo.” V. 34

Aquí se nos muestra que Ezequías no fue superior a David, porque dice: “te voy a salvar por amor a mí mismo y a David”. Lo mismo dice en 2 Reyes 20:6:

Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria; y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo.”

Pero a continuación sigue una historia que, según mi óptica, mostrará que este rey justo, bueno, obediente, no tenía el corazón como David.

Después de estar enfermo, después de lo de Senaquerib, en 2 Reyes 20:17 viene un juicio. Y no es el comportamiento de Ezequías lo que se va a manifestar, sino su corazón. Y lo que le interesa a Dios, más que cualquier cosa, es el estado del corazón:

He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo Jehová. Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia.” 2 Reyes 20:17-18

Pero Dios había prometido que en los días de Ezequías no sucedería. Se cumpliría en los días de sus hijos. Leamos el siguiente versículo:

Entonces Ezequías dijo a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado, es buena. Después dijo: Habrá al menos paz y seguridad en mis días.”
V.19

Aquí se descubre el corazón de este rey. Donde está el gran contraste. El rasgo más importante en la vida de David, que agradó tanto a Jehová, fue que no estaba buscando de ninguna manera su propia gloria. Y era un rasgo verdadero. El corazón de David quería la Gloria de Jehová en Israel. A él no le importaba si sería en sus días o no. No le importaba si sería con su hijo. Le importaba que Jehová tuviera la Gloria de la cual era digno. Es es lo que gobernaba el corazón de David en su relación con Jehová.

El corazón de David

Así fue toda su vida. Cuando enfrentó a Goliat, por ejemplo, dijo: “¿Cómo puede este hombre hablar así del ejército del Dios vivo? No puede hablar del ejército de Jehová de esta forma”.

Era lo que gobernaba las acciones de David. Agradar al Señor. En esto, David era semejante a Jesús. Porque así Jesús fue agradable al Padre. Viniendo para ser una criatura que rechazó toda Gloria para sí mismo, que solo buscó la Gloria para Dios.

Este rasgo lo tenía David, y no lo tenía Ezequías. Aunque no pecó como David. El peor pecado que la Biblia puede referir en contra de Ezequías fue la exhibición de sus tesoros al rey de Babilonia. Fue lo peor, no hizo nada más serio.
¿Pero por qué, 300 años después, Dios no compara a los reyes con Ezequías sino con David? Porque David tenía aquello que Dios está buscando en el hombre: Gente que lo ame.

Solo hay una forma de amar realmente a Dios: Vivir, desde nuestro interior, para su Gloria. Tener este sentir gobernando dentro nuestro. Y entiendo que es es el clamor del Espíritu Santo en nuestro corazón. Es lo que quiere hacer el Espíritu Santo: Que nuestra vida esté entregada a agradarlo.



¿Cómo podemos tener este corazón?
Podemos hacer una pregunta práctica: ¿Cómo podemos tener hoy un corazón conforme al corazón de Dios? Lo diría de la forma más sencilla posible:

1- Buscar, de todo corazón, la indispensable ayuda del Espíritu Santo. Para que nuestro hombre interior sea gobernado por este sentir. Que Dios nos libre de las cosas, dentro de nosotros, que compiten con el clamor del Espíritu para que seamos como fue Jesús, como también fue David.

2- Mirar a Jesús. Nos ayuda muchísimo. Algunos de ustedes me lo han oído predicar. La mejor herramienta que conozco, hasta hoy, es mirar a Cristo. Mirarle a Él, cómo es Él. Porque es encantador, es apasionante. Contemplarle produce un efecto cautivante.

Dios quiere que le amemos. Pero somos muy malos para amar, no sabemos cómo. ¿Cómo voy a amar siendo tan inepto? Llego a la conclusión de que el amor no viene porque nos volvamos capaces para amar. El amor viene porque vamos descubriendo cuán fácil de amar es Él. Nos vamos dando cuenta cada vez más a fondo, cada vez de forma más dominante, cuán amable es y qué ridículo es vivir para otra cosa que no sea amarle y agradarle a Él. No es porque sabemos amar, sino porque Jesús es amable.

El peor hombre, el más duro, si se pone a mirar a Jesús, no va a tener salida. Si comienza a mirar a Jesús, lo va a amar, porque es amable.

3- Dar oído vivo a su voz. David tenía una visión. Nosotros hemos recibido una visión. Tenemos de Dios una visión, que nos dieron los apóstoles, que los antiguos no tenían. Los de antes de Jesús no tenían esta visión. Pero después, por medio del Espíritu Santo, la visión fue dada a los apóstoles, y la recibimos.


Si nos ha sido revelada la visión, debemos decir como David: “No me doy descanso, no puedo estar en paz, no puedo estar cómodo, no me puedo sentir bien, si esta visión no se cumple.” La visión es para la Gloria de Dios, la visión es para agradar a Dios. Para que Dios tenga la familia que merece tener.


Un corazón para Dios y el Propósito Eterno

Entonces, en esto podemos ser como David. Podemos disponer nuestra vida por completo para la visión de la Familia Eterna, y transmitirla.
Dios necesita que se levanten muchos profetas para hablar de la visión. Pero no se necesita ser un gran vidente o un experto, para ser profeta. Solamente hay que tener un corazón para Él. Estamos hablando de dos cosas: conocer el Propósito Eterno de Dios, y tener un corazón totalmente entregado a su Propósito.

Debemos dedicar la vida a la visión. El año pasado Daniel Divano estuvo en Florida. Lo invitamos desde Boston para que subiera y estuviera con nosotros. Estuvo ahí dos o tres reuniones con la congregación. La gente esperaba oírlo, y él dijo: “No tengo nada que hablar, solo del Propósito Eterno de Dios”. Le respondieron: “Por favor, háblanos todo lo que puedas”. Qué importante y qué maravilloso poder oír otra vez. Me daban ganas de decir: “Prohibido por tres años hablar de cualquier otra cosa”.
Tenemos que comprender que no hay otra manera de agradar a Dios. No hay otra forma de que nuestra vida tenga valor. No es posible que nuestra vida sea agradable a Dios si no está absolutamente consagrada a este Propósito.


La fábrica de motivaciones
No debemos desistir nunca; no debemos permitir que otros intereses entren y ganen lugar en nuestro corazón. Hermano, cuida tu corazón porque la Palabra de Dios dice que “de él proceden las fuentes de la vida”.* ¿Qué es la fuente de la vida? Son las motivaciones. Y descubro que mi mente es una fábrica de ideas, pero mi corazón es una fábrica de motivaciones. Es una fábrica que siempre quiere producir alguna motivación.

El otro día me puse delante de la congregación a examinar mi vida, y las motivaciones de vida desde mi conversión. Fue vergonzoso, pero tuve que decirlo. Yo tenía una relación muy estrecha con mi discipulador, Moacir. El pobre me aguantaba porque yo absorbía todo su tiempo. Me acuerdo de situaciones en las que iba a su casa después del trabajo, su esposa ponía la cena, comíamos. Y después sacábamos la Biblia, los libros y había preguntas. A las 12 de la noche la esposa decía: “¿Quieren otra cena?”. Y nosotros decíamos: “Bueno, queremos”. Sacábamos la Biblia, comíamos. Y después seguíamos con la Biblia, y así, hasta las 5 de la mañana. Era una locura.

Un día, escuché a Moacir decir de mí a otro pastor: “Este es el mejor de los discípulos que tengo”. ¿Saben qué sucedió? Mi corazón se alimentó de lo que oí. Permití que mi corazón comiera esa comida. Mucho tiempo de mi vida hice las cosas para agradar a mi discipulador.

Dios me mostró lo que me sucedió en esa época. Nuestro corazón es una fábrica de motivaciones. Y cada una viene para competir con la motivación básica que el Espíritu quiere poner en nuestras vidas. Hay que estar siempre preparados con la tijera para cortar esas cosas que surgen. Algunos no se dan cuenta, y después necesitan un hacha. Es terrible. Hay que cortar con la tijera. Después, cuando no se puede con la tijera, vienen los hermanos, quieren cortar, y no lo logran, Entonces vienen con un hacha… Y si no sale, es terrible.

Oración final
Oremos. No hay oración más importante para nuestras vidas, porque necesitamos alcanzar el ser agradables al Padre. De lo contrario, nuestra vida no tiene ningún valor.

Señor, qué precioso es tu Hijo Jesús, cómo nos encanta. Nos gozamos en que tengas un Hijo como Él. Nos alegra que Jesús fue tan perfectamente agradable para ti. Y necesitamos que reproduzcas su corazón en nuestra vida. Por amor de tu Nombre, y por amor de Jesús, que tanto sufrió para que se pueda producir su vida en nuestra vida. En su Nombre te pedimos el socorro, la asistencia del Espíritu Santo, de la Palabra, la reprensión a nuestros oídos, y la ayuda de los hermanos. En el nombre de Jesús. Amén.”  

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