miércoles, 20 de abril de 2016

EL DISCIPULADO - Jorge Himitian



Este es otro de los temas que el Señor nos reveló en su Palabra en los primeros años de la renovación. El primer tema fue la adoración; el segundo, el Señorío de Cristo y el evangelio del reino de Dios; y el tercer tema, el discipulado.

En las últimas décadas la palabra discipulado se ha incorporado a la jerga evangélica. Hoy son muchos los que hablan del discipulado, pero la mayoría aún no entiende su verdadero significado.

LA GRAN MISIÓN

El mundo evangélico prefirió por muchos años usar la versión de Marcos al hablar de “la gran comisión” (como lo titulan algunas traducciones; a mí me gustaría titularla “la gran misión”), Marcos (16.15): Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura.

Este fue el pasaje más usado por los predicadores evangélicos. Yo pertenecía a un grupo evangelístico de jóvenes, y Marcos 16.15 era nuestro versículo lema.

Pero cuando Dios nos visitó con su Espíritu Santo nos ayudó a entender la parte que nos faltaba de la gran comisión, llevándonos a Mateo 28.18-20. En realidad Mateo dice lo mismo que Marcos, pero con otras palabras. Los cuatro evangelios son complementarios. Pero nosotros nos habíamos quedado únicamente con el enfoque de Marcos. Si sumamos lo que está escrito en los cuatro evangelios, tendremos una visión completa de la misión de la iglesia en el mundo. Nosotros no habíamos tenido en cuenta los detalles de Mateo, y eso es lo que el Señor nos hizo comprender en aquellos años.

Mateo lo relata así:

Y Jesús se acercó y les habló diciendo:
Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén.

En Marcos 16, yo solo mencioné el versículo 15. Pero en el versículo 16 Jesús siguió diciendo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Esta segunda parte tampoco la tomábamos muy en cuenta.

Los que veníamos del sector evangélico no-pentecostal, hasta que Dios nos bautizó con el Espíritu Santo, tampoco tomábamos en cuenta los dos versículos subsiguientes (Marcos 16.17-18):

Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

El movimiento pentecostal puso mucho énfasis en estos dos versículos, lo que les dio un gran impulso evangelístico y un significativo crecimiento numérico.

Pero la visión de hacer discípulos fue la revelación y el énfasis al que el Espíritu Santo nos llevó a partir de la década de los sesenta.


¿Qué significó para aquellos discípulos de Jesús esta orden: “Id, y haced discípulos a todas las naciones?”
La única referencia que ellos tenían era lo que Jesús había hecho con ellos. Si un padre le dice a sus hijos: Quiero que se casen, que tengan hijos, que los críen…
La referencia es lo que su padre hizo con ellos.

Jesús les dice a sus discípulos: Todo poder y autoridad me ha sido dada en lo cielos y en la tierra, por lo tanto ahora ustedes vayan y hagan discípulos a todas las naciones; no solamente aquí en Israel, sino en todas las naciones. Lo que yo hice con ustedes es lo que ustedes tienen que hacer a otros.

Sobre estas palabras del evangelio de Mateo, Dios nos dio luz. Nos dimos cuenta de que en nuestros programas como iglesia teníamos reuniones de todo tipo: reunión de evangelización, reunión de la cena del Señor, reunión de enseñanza, reunión de oración, escuela dominical, reunión de jóvenes, reunión de adolescentes, reunión de mujeres, reunión de bautismos, y hasta de casamientos y entierros. Pero, ¿hacer discípulos? No sabíamos que era eso.

Recuerdo que alguien nos preguntó:
¿Cuántas reuniones tienen en la semana?
-Muchas, y de diferentes clases.
Y ¿cuántos discípulos están formando?
No sabíamos qué responder.

La luz principal que recibimos sobre el discipulado vino a través del hermano Iván Baker (ya con el Señor). Iván se había reunido con un grupo de obreros y hermanos de su congregación de Isidro Casanova (Zona Oeste del Gran Buenos Aires), para buscar al Señor en oración. Allí Dios les habló sobre el llamado de Jesús a Simón Pedro y a Andrés, y la promesa de hacerlos “pescadores de hombres”. Iván comprendió la radicalidad del llamado de Jesús al decir: “Sígueme”, a fin de que cada convertido fuera un discípulo de él. Y luego el Señor los llevó al pasaje de Mateo 28.18-20. Era a mediados del año 1968. Iván nos fue compartiendo esta revelación.
Esto produjo un gran cambio en nuestra comprensión de la gran comisión, y gradualmente cambió nuestro ministerio y nuestra metodología de trabajo en la edificación de la iglesia.

Antes nuestras actividades principales estaban centralizadas en la reunión congregacional. Considerábamos al púlpito el eje central de nuestro ministerio. Descubrimos que Jesús muy pocas veces usó el púlpito. Jesús se concentró en construir relaciones permanentes con determinadas personas, a quienes llamó discípulos. Les enseñó, los conoció profundamente, fue ejemplo cercano para ellos, los corrigió, los entrenó, y los envió.

Para nosotros esto fue una revolución. Cambió el eje de nuestra forma de trabajo pastoral. Tuvimos que comenzar a relacionarnos con algunos personalmente para entablar una relación de discipulado, de paternidad espiritual, como lo hacía Jesús.
Uno puede predicar a cien personas, a mil o a diez mil; pero no puede tener cien, mil o diez mil discípulos y formarlos responsablemente. El discipulado es igual a la paternidad, a los hijos hay que criarlos, conocerlos, amarlos, educarlos, corregirlos y formarlos como hombres.

Vimos que Jesús era para sus discípulos un padre, un amigo, alguien que gastaba tiempo en estar con ellos. Él predicó a las multitudes, sanó a muchos enfermos, alimentó a miles; pero sabía muy bien que su tarea principal era estar con un círculo menor: sus doce discípulos.

Todo esto nos llevó nuevamente a las Escrituras, y pudimos constatar que esta nueva comprensión provenía de Dios. Usando la Concordancia Bíblica descubrimos que la palabra ‘discípulo’ es la que más se usa en el Nuevo Testamento para referirse a los hijos de Dios

- La palabra ‘creyente’ -la más empleada por el mundo evangélico- aparece en el Nuevo Testamento solo 12 veces.
- La palabra ‘cristiano’ -que nos gusta mucho usarla- aparece en todo el N.T. solo 3 veces.
- La palabra ‘convertido’ no aparece ni una sola vez. La Biblia habla de la conversión, pero el término ‘convertido’ o ‘inconverso’ no aparecen nunca.
- La palabra ‘evangélico’ o ‘católico’, ni una sola vez.

- ¡En cambio la palabra ‘discípulo’ se menciona más de 250 veces en el N.T.!

No es que los números lo definan todo, pero algo nos quieren mostrar.
Jesús dijo claramente: “Vayan y hagan discípulos”. No dijo: Vayan y hagan evangélicos, o católicos; ni siquiera creyentes, sino discípulos.


¿QUÉ ES UN DISCÍPULO?

Para que haya un discípulo, debe haber alguien que lo discipule o le enseñe. Por eso Jesús dijo: “Hagan discípulos… bautizándolos… enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado”.
Y esto trajo cambios fundamentales entre nosotros:

  1. Hay que enseñar lo que Jesús enseñó. No estamos autorizados a enseñar otra cosa. Nuestra responsabilidad es enseñar los mandamientos de Jesús, pues no son nuestros discípulos sino de Cristo.

  1. Hay que enseñarles que guarden; esto significa que obedezcan, que cumplan, que vivan de acuerdo a los mandamientos de Jesús. Esta comprensión produjo un gran cambio en todo lo que tiene que ver con la educación cristiana. En occidente el objetivo de la enseñanza ha sido transmitir información, conocimiento. En una escuela, después de enseñar a los alumnos se les toma un examen para ver si saben, si recibieron bien la información que se les transmitió. Si el estudiante sabe, es aprobado. Si no sabe, es reprobado.(*)
En cambio en el discipulado el objetivo es que guarden. Esto tiene que ver con la vida, la
manera de vivir. El propósito es que el discípulo viva de acuerdo a la palabra de Dios, a los
mandamientos de Jesús.
Todo lo que tenía que ver con educación cristiana, (llámese Escuela Dominical, seminarios,
estudios bíblicos, u otros formatos de enseñanza) tomó el estilo y el objetivo de enseñanza
imperante en occidente, que era mayormente transmitir información.
En cambio el discipulado toca la vida, la conducta, el comportamiento, el carácter, la
familia, la manera de hablar, la manera de trabajar. Tiene que ver con lo cotidiano, para
que los discípulos vivan de acuerdo a la voluntad de Dios.

Al principio todo esto parece lento porque tenemos la impresión de que avanzaríamos más si le predicáramos a mil personas. No descartamos para nada el predicar a mil o a cien mil, pero eso solo no es suficiente. Es necesario tener una relación cercana con algunos, para que luego estos, estando bien formados, puedan hacer lo mismo con otros, y así sucesivamente.


(*) Aunque en la actualidad ha habido cambios, y en los centros de educación más actualizados hay un enfoque que se va asemejando cada vez más al del discipulado en cuanto a objetivos de la enseñanza que ya no solo tienen que ver con saberes, sino con competencias, es decir con el saber hacer; sin embargo en la década del sesenta el sistema que se utilizaba era como el que señalamos.

Primero tuvimos que entender bien qué es un discípulo según Jesús. Porque si él nos ordenó hacer “discípulos”, el que tiene la autoridad para definir qué es un discípulo es el mismo Jesús. Entonces fuimos a Lucas 14, donde Jesús define claramente qué es un discípulo. En este pasaje pudimos confirmar nuevamente el evangelio del reino y el señorío de Cristo. Solo predicando el evangelio del reino se puede lograr un discípulo. Predicando un evangelio sin reino, proponiendo que la gente acepte a Jesús como Salvador es posible lograr un evangélico pero no un discípulo.

Lucas 14.25-33:

25 Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo:
26 Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?
29 No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,
30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
31 ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz.
33 Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

  1. Es importante observar que Jesús dirige estas palabras a la multitud.
  2. No los anima a hacerse sus discípulos en base a una decisión superficial o al entusiasmo del momento, sino que les pide que hagan bien la cuenta antes de tomar tal decisión.

Tres características que señala Jesús de un discípulo:
  1. Versículo 26:

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.

La palabra aborrecer en la Biblia tiene dos significados. Uno es sinónimo de odiar. Y el otro, de poner en segundo lugar. ¿En cuál de estos dos sentidos Jesús está usando la palabra aborrecer?

El sentido común nos diría: poner en segundo lugar, pues Jesús nunca nos mandaría a odiar a nadie; menos a nuestros seres queridos. Pero, aun más importante que nuestro sentido común es la versión de Mateo que en el pasaje paralelo dice: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10.37).

Entonces, según Jesús, un discípulo es aquél en cuya vida Jesús es el número uno; antes que padre, madre, esposa o esposo; antes que hijos, hermanos, y aun antes que su propia vida.

  1. Versículo 27:

Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.

Según Jesús, un discípulo es alguien que lleva su cruz y sigue a Jesús.

¿Qué significa llevar la cruz y seguir a Jesús?
Para responder correctamente debemos preguntarnos: ¿Qué significó para Jesús llevar la cruz? Pues lo que significó para él debe significar también para nosotros.

Vayamos al pasaje bíblico que lo explica muy bien: Filipenses 2.8:
“… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Así que para Jesús llevar la cruz significó hacerse obediente a la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte de cruz.

Para Jesús llevar la cruz significó decir: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22.42).

Tomar la cruz es renunciar a hacer mi voluntad y aceptar la voluntad del Padre aunque tenga que morir. Ser obediente hasta las últimas consecuencias. Eso es ser un discípulo.

  1. Versículo 33:

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo.

¿A cuánto debemos renunciar? A todo lo que poseemos.

Entonces, según Jesús, un discípulo es aquél que renuncia a todo lo que posee. Todo es todo. Ropa, muebles, artículos del hogar, casa, auto, dinero, empresa, propiedades, tiempo, familia, proyectos, planes. Sin olvidarnos nada.

Jesús es nuestro gran modelo. Él renunció a todo lo que tenía e hizo la voluntad del Padre en todos los aspectos de su vida. Y sus discípulos debemos seguir su ejemplo.

Todo esto es una confirmación del evangelio del reino y el señorío de Cristo sobre nuestras vidas. Si Jesús es nuestro Kyrios, debemos obedecerlo y reconocer que todo lo que somos y tenemos le pertenece a él.
Esto cambió el objetivo de nuestro ministerio, y nos llevó a reenfocarnos hacia lo que nos ordenó Jesús, hacer discípulos. Para ello tuvimos que relacionarnos personalmente con algunos y dedicarnos a su formación.

Comprendimos que la palabra discípulo en la práctica significa alumno. Un alumno es alguien que va a la escuela para aprender. Tenemos un libro de texto que son las enseñazas y los mandamientos de Jesús, que están registradas en las Sagradas Escrituras. Entonces un discípulo es uno que se sujeta a todas las enseñanzas de Jesús.


EL ANDAR EN LUZ

Otro aspecto importante a tener en cuenta para que el discipulado funcione es que haya una comunión transparente entre el discípulo y su discipulador. Comprendimos la necesidad de andar en luz, tal como lo señala el apóstol Juan.

1 Juan 1.6:

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos, y no practicamos la verdad;
pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros,
y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

Para que haya comunión debemos andar en luz unos con otros. Esto significa una relación de sinceridad, de transparencia. Es una relación de confianza en la que podemos abrir nuestro corazón y confesar nuestros pecados, tentaciones o debilidades; podemos pedir consejo, orar unos por otros sobre nuestras necesidades específicas. Una relación de amor y verdad, desechando la apariencia y el fingimiento. Es entonces que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Y esto es más que perdón, es limpieza, es santificación.


POR LAS CASAS

Con esta nueva comprensión, al leer los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles, pudimos entender por qué la iglesia se reunía en grupos pequeños por las casas, y no se contentaba solo con tener reuniones multitudinarias.

El reunirse por las casas hace posible tener círculos más pequeños de comunión donde podemos conocernos y tener una relación personal con cada uno de los discípulos. La idea no es simplemente tener una reunión casera con el mismo formato que la reunión congregacional. La esencia y la razón de ser de un grupo en el hogar es que sea un grupo de discipulado; esto significa que un hermano más crecido en el Señor es el responsable de un grupo de discípulos para la edificación y formación de ellos.
De este modo la iglesia crece no solo numéricamente sino también espiritualmente. Y los nuevos discípulos, además de sumarse a la reunión congregacional, son integrados en grupos más pequeños de comunión en donde son conocidos, amados, ayudados, ministrados, enseñados, aconsejados; recibiendo allí una atención y una formación personalizada. A la vez son animados e instruidos a ser obreros del Señor, a evangelizar y a discipular a otros en la medida que vayan creciendo en el conocimiento de la palabra de Dios.

Las reuniones multitudinarias son buenas y hermosas pero no son suficientes para la debida edificación de cada discípulo a la imagen de Cristo.

En los primeros años, a estos grupos pequeños que se reunían por las casas las llamábamos “células”. Pues una célula es la parte mínima de un cuerpo. Las células tienen vida, nacen, crecen y se multiplican, tienen un núcleo; y ese término describía bien el funcionamiento y crecimiento de los grupos pequeños. Pero luego cuando llegó el gobierno militar a Argentina (años 70), como la palabra “célula” era muy usada por los guerrilleros, para evitar confusión vimos conveniente evitar el término “células” y comenzamos a llamarlas “grupos de hogar”.


¿QUÉ DEBEMOS ENSEÑAR A LOS DISCÍPULOS?

Muy pronto tomamos conciencia de que para la debida formación de los discípulos necesitábamos un programa de enseñanza.

Jesús al decir: “Vayan y hagan discípulos…”, explicó también el cómo: “Bautizándolos… y enseñándoles a que guarden todas las cosas que yo os he mandado”. Allí estaba el programa de enseñanza: Enseñar a los discípulos todos los mandamientos de Jesús.

Esta clara instrucción de Jesús nos ayudó a entender qué es la didaké. Didaké es una palabra griega, y se refiere a la totalidad de los mandamientos de Jesús y de los apóstoles en el Nuevo Testamento. En las versiones españolas está traducido por “doctrina” o “enseñanza”. En griego: “didaké” o “didaskalía”.

En el seminario donde yo estudié, a una de las materias que nos enseñaban se la llamaba ‘Doctrina Cristiana’, pero en realidad, según su contenido era ‘Teología Sistemática’, que no tiene nada que ver con lo que el Nuevo Testamento llama ‘doctrina’.

El que nos ayudó a entender lo que es la doctrina fue el hermano Keith Bentson.
Con su estilo práctico de enseñar, Keith nos contó que cierta vez alguien le preguntó: “¿Cuál es la doctrina de ustedes?”
Él le respondió: “Nuestra doctrina es que los hijos obedezcan a los padres; que el marido ame a su esposa, y no sea áspero con ella; que ayudemos a los pobres en sus necesidades; que perdonemos al que nos ofende…”
- No, hermano, usted no entendió mi pregunta.
- Sí, lo entendí perfectamente. Usted quiere preguntarme acerca nuestro Credo o de nuestros dogmas. Pero doctrina no es eso. La doctrina son los mandamientos de Jesús y de los apóstoles.


¿Qué es doctrina?

Según el Nuevo Testamento, doctrina es lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte (Mateo 5, 6 y 7); pues al concluir sus enseñanzas Mateo 7.28 dice: Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina (didaké).

A estos tres capítulos, Mateo 5 al 7, más que “Sermón del Monte” habría que titularlo: “La doctrina de Jesús”. Doctrina no es teología ni el credo particular de una determinada denominación.

El texto de Mateo 5 comienza así:
Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo…

Aquí el verbo “enseñar” en griego es “didaskein”. De allí viene el sustantivo didaké o su sinónimo didaskalía. Por eso a veces también se traduce por “enseñanza”. Lo importante es el contenido de la doctrina o enseñanza. Son mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios para todos los hombres.

En Juan 7.16-18, Jesús dice:
Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.
En el discipulado no tenemos derecho a enseñar nuestras propias enseñanzas o nuestros propios métodos de multiplicación. Discipular es enseñar con toda fidelidad la doctrina de Jesús, que es la doctrina del Padre. Son los mandamientos que nos enseñan a vivir según la voluntad de Dios.

Jesús se vació de sí mismo y se sometió en todo al Padre. En Juan 17.8, le dice al Padre: porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron.

Hechos 4.42, hablando de los tres mil nuevos discípulos en Jerusalén, dice:

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles,
en la comunión unos con otros,
en el partimiento del pan y en las oraciones.

La doctrina de los apóstoles era la doctrina de Jesús. Ellos fueron fieles a las instrucciones de Jesús: “enseñándoles a que guarden todas las cosas que yo os he mandado”.
EL KERIGMA APOSTÓLICO

Algunos años después comprendimos que en la formación de los discípulos, junto con la didaké, es indispensable el kerigma.

Jesús, antes de su pasión y muerte, les dijo a sus discípulos (Juan 16.12-14):

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.

Según Jesús, la función del Espíritu Santo sería revelar a los discípulos la VERDAD COMPLETA acerca de Jesús. Pablo dice que el misterio de Cristo fue revelado a los apóstoles y profetas por el Espíritu (Efesios 3.5).

Durante el ministerio terrenal de Jesús los doce tuvieron algunos chispazos de revelación acerca de la persona de Jesús. Por ejemplo, cuando Pedro, ante la pregunta de Jesús: “Y vosotros ¿quien decís que soy?”, respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16.15-16).
Inmediatamente Jesús le aclaró: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Es decir, esto no salió de ti sino de mi Padre.


El kerigma revela la persona de Cristo

La comprensión que ellos tenían de Jesús era parcial y hasta fluctuante.
A veces creían y otras veces dudaban. Pero la revelación cabal, total acerca de Jesús no la tuvieron hasta que recibieron el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Recién entonces, el velo les fue quitado, y tuvieron el conocimiento pleno de quién es Jesús. El misterio de Cristo les fue revelado. A la proclamación de esta verdad el Nuevo Testamento lo define como Kerigma. Al español está traducido como “predicación”.

La palabra “predicación” en castellano no tiene la misma fuerza ni el significado completo que tiene la palabra griega kerigma. El diccionario de la lengua española dice: “Predicación: acción de predicar”. Pero kerigma no se limita a la acción de predicar, se refiere también al contenido de la predicación.

Hoy hay muchos predicadores que predican sus propios sermones, sus propias ideas, y hasta predican cosas contrarias al kerigma revelado a los apóstoles. ¡Cuidado!

Así como la didaké consiste en mandamientos que nos revelan la voluntad de Dios, el kerigma consiste en la verdad que nos revela quién es Jesús. El kerigma tiene un propósito definido: revelar a Cristo proclamando la revelación que le fue dada a los apóstoles y profetas por el Espíritu Santo.

Debemos predicar el kerigma, y enseñar la didaké.
La función del Espíritu es revelarnos a Cristo para que conozcamos cabalmente quién es Jesús. El Espíritu vino para glorificar a Cristo, para dárnoslo a conocer.

Cuando en el día de Pentecostés Dios derramó el Espíritu sobre los ciento veinte, se reunieron miles de personas; muchos se preguntaban “¿qué es esto?”; otros decían: “estos están borrachos”. Se levantó Pedro y proclamó a viva voz:
Varones hermanos, estos no están borrachos como algunos suponen, no ven que son las nueve de la mañana. Esto es lo que dijo el profeta Joel: En los postreros días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda carne…”, y Pedro les explicó el fenómeno que ellos acababan de presenciar. Pero a continuación les proclamó el kerigma (Hechos 2.22-36):

Varones israelitas, oíd estas palabras:
Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él,
como vosotros mismos sabéis;
a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;
al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte,
por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.
Porque David dice de él [en el Salmo 16]:
Porque no dejarás mi alma en el Hades,
Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo (al Mesías) para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.

Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice [Salmo 110]:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,
que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor [Kyrios, Adonai] y Cristo [Mesías].

Esto es kerigma: Proclamar a Cristo, anunciar quién es Jesús.

Ante semejante revelación los judíos reunidos se desesperaron. ¿Entonces ese hombre, por quien hace 53 días gritamos: “¡Crucifícale, crucifícale!” era el Mesías?
Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hechos 2.38).


El kerigma revela también la obra de Cristo

El kerigma revela no solo la persona de Cristo sino también y la obra de Cristo.

  • La obra de Cristo por nosotros, en su muerte y resurrección.
  • La obra de Cristo en nosotros, por el Espíritu Santo.
  • La obra de Cristo entre nosotros, haciéndonos iglesia.
  • La obra de Cristo a través de nosotros, nuestra misión en el mundo.

Los discípulos necesitan conocer, vivir y comunicar a otros toda la didaké y todo el kerigma. Ambos cosas son indispensables para la transformación de nuestras vidas, familias, comunidades, y para la transformación de las naciones.